Sobre exilios, migraciones y clases de Historia

Por Ema Zaffaroni

Con motivo de la conmemoración de los 30 años del Golpe de estado de 1973, se conformó un equipo de trabajo integrado por docentes del Equipo de Educación del Serpaj y protagonistas de los talleres de Memoria para Armar y Vivencias y Fenapes.
¿El objetivo? Organizar una serie de talleres para estudiantes, docentes y quienes quisieran arrimarse, en distintas localidades del interior del país, llevando los testimonios y/o a las protagonistas de esos relatos junto con algún docente-tallerista para trabajar con los jóvenes en torno al tema de la dictadura y la violación a los Derechos Humanos. Lo que surge es un conjunto de reflexiones en torno a un posible taller, es decir, una especie de ensayo realizado en Serpaj.

emaLa elección del testimonio fue trabajosa. Debo confesar que no había hecho bien los deberes: no había podido leer todos los testimonios de las mujeres. En algunos casos el título había bastado para pasar el siguiente, en otros había hecho el intento y a partir de determinado momento no había podido seguir. Los límites y las resistencias de cada uno, son muy variados.
El desafío era conducir un taller experimental en el grupo de trabajo sobre la memoria y la conmemoración de los 30 años del golpe de estado pero pensándolo en perspectiva de futuro trabajo con estudiantes y docentes de enseñanza secundaria. Por eso había que pensarlo en esa doble perspectiva y las dos presentaban desafíos y dificultades diferentes.
Elegí trabajar con algunos testimonios sobre el exilio. Me sentí un poco cobarde: supe, una vez más, que había temas que no podría abordar ni con mis compañeras de trabajo ni con los alumnos. Pero en definitiva, el sentido de estos talleres es informar y sensibilizar a las nuevas generaciones con el proceso de la dictadura. No es imprescindible para ello tocar los aspectos más crueles, más sensibles (aunque, ¿quién puede determinar cuáles son para cada protagonista?) De todos modos siempre fui partidaria que aquellos “pasajes que pueden herir la sensibilidad del espectador” sean manejados por cada espectador en las circunstancias que él considere más adecuadas.
Entonces el tema fue el exilio y para eso seleccioné dos testimonios. Claro, inmediatamente vinieron a mi cabeza conexiones con múltiples temas trabajados desde la Historia y así fue naciendo el taller. Situar el exilio y el exiliado: los motivos, las justificaciones, los porqués, las alternativas –cuando la hay- los miedos (una vez más, siempre los miedos) y sobre todo los protagonistas. Los que eligieron, los que no pudieron elegir y los que sintieron que alguien eligió por ellos, los niños, por ejemplo.
Inmediatamente se presentó un vínculo con los migrantes, los que vinieron, los que partieron de sus tierras para venir a forjar este país, el que fuera país de inmigrantes y que luego se convirtiera en país de emigración.
Entonces tomó forma la idea de conectar ese exilio tan conmovedor, tan duro y tan vigente con procesos históricos anteriores, no necesariamente vinculados al tema de esta dictadura. Una vez más aparecieron las múltiples conexiones entre los procesos históricos, porque en definitiva, los conectores son siempre los mismos, los hombres y las mujeres que construyen una determinada realidad, es decir, que viven en determinado tiempo y lugar.
Así aparecieron las preguntas que fueron trasladadas luego a los compañeros: cuando trabajamos los movimientos de población en clase de Historia, el éxodo rural, las grandes migraciones: ¿nos ponemos en la piel del otro? ¿Nos ponemos a pensar y tratamos de acercarles a nuestros alumnos qué habrá pasado por la cabeza y los afectos de cada una de esas personas? ¿Qué habrán sentido? ¿Qué mezcla de sentimientos encontrados habrán tenido que afrontar?
Estos testimonios me permitieron ver con otros ojos los movimientos migratorios de otros tiempos. Claro que exilio y migración no es lo mismo, pero la diferencia no siempre es muy nítida y no tengo dudas que comparten realidades y problemas. La pérdida de la identidad, por ejemplo. Durante mucho tiempo no pude dejar de pensar en esos niños, los hijos de Silvia1 que frente a la pregunta de un simpático belga se vuelven a su madre y preguntan a su vez: ¿De dónde somos, mamá? (Alguien puede medir hoy el dolor de esa mamá, el conflicto que le debe haber generado esa pregunta sobre lo correcto o pertinente de sus opciones?)
¡Cuántas violaciones a los Derechos humanos hay implícitas en esa simple pregunta! Porque el derecho a decidir en dónde vivir, en dónde educar a nuestros hijos es también un derecho humano.
En nuestras prácticas de aula, al hablar de los inmigrantes que vinieron al Uruguay a principios de siglo, huyendo de la miseria que se extendía por Europa, ¿nos preguntamos si habrán extrañado a los que dejaron allá? ¿Les hacemos pensar a nuestros alumnos que los personajes que hicieron y hacen la historia son seres de carne y hueso que viven, sueñan, sufren lloran y se ríen? Entonces, la lectura de unas líneas de este testimonio nos puede servir también para analizar otras realidades históricas, aclarando las diferencias de contexto. Nos puede servir también para desmasificar la Historia y, por lo tanto, para humanizarla: los emigrantes, los exiliados, los perseguidos, los presos, los desaparecidos tienen nombre y apellido, son únicos y para otros hombres y mujeres fueron sus hermanos, sus padres, sus hijos, sus vecinos. Fueron alguien.
La conformación de la identidad tiene que ver con uno y con nosotros pero también tiene que ver con el otro y los otros, los que no son nosotros, con los que no nos identificamos y a quienes en general también ponemos en una bolsa y los etiquetamos.
Parece que algo así le sucedía al padre de María José2 quien, extrañamente, luego de un breve pasaje por Buenos Aires decide emigrar a estados Unidos. Lo primero que nos viene a la cabeza es: ¡Justo a Estados Unidos! ¿Cómo se le ocurrió a un militante de izquierda latinoamericano emigrar a Estados Unidos? Eso no está explicado en el testimonio y nos permite entrever que puede haber muchas razones para tomar determinadas decisiones que no siempre son claras. (Pueden, por lo tanto, quedar agujeros, lagunas en la investigación histórica, no siempre llegamos a armar el rompecabezas completo de los porqués). Pero lo que importa en este testimonio es la actitud de ese militante hacia los otros, o sea, los estadounidenses. Su actitud de padre protector lo llevó a intentar defender a su hija del “imperialismo del norte”. Por lo tanto María José tenía prohibido hablar inglés, vincularse con jóvenes estadounidenses, socializar, acercarse, no fuera cosa que se contagiara. Como la misma protagonista cuenta le llevó muchos años y muchos procesos dolorosos modificar esa situación: hoy es una adulta que vive parte de su vida en Estados Unidos, por opción y que se vincula normalmente con muchos estadounidenses. Porque seguramente pudo aprender que entre esos otros, hay de todo, los que defienden el imperialismo y el terrorismo de estado y los que defienden los derechos humanos, de todos los humanos, igual que nosotros.
La Historia debe servirnos también para aprender a diferenciar a los pueblos de los gobiernos que tienen, sean éstos democráticos o totalitarios, porque incluso los democráticos no expresan la voluntad de toda la población. Pero también tiene que servirnos para desmasificar el concepto de pueblo, los estadounidenses no son todos imperialistas, los alemanes no son todos nazis ni los musulmanes son todos terroristas.
La construcción de nuestra identidad no tiene por qué ser en base al menosprecio, muchas veces, por desconocimiento, de los demás. Es más, de hecho sabemos, a veces muy racionalmente, que la solidaridad no tiene fronteras y que el terrorismo de Estado, tampoco. Por lo tanto hay elementos que atraviesan a los pueblos ( o, mejor dicho, a algunos sectores de esos pueblos) en forma transversal, uniéndolos y generando otras identidades diferentes a las nacionales.
Como profesora de Didáctica de la Historia trabajo mucho la cuestión de la empatía, aquello de ponerse en la piel del otro que ya planteaba Marc Bloch y, mucho antes que él, Herodoto. Sin embargo pocas lecturas me resultaron tan esclarecedoras para trabajar la empatía, como este conjunto de testimonios. Quizá, porque mi mente está pensando mucho sobre estos temas, en cuanto leí los relatos de las mujeres percibí el potencial que tienen para trabajar en una clase de Historia. Pero no solamente para quedarse en el plano del relato o del rescate de la memoria de lo acontecido en la dictadura uruguaya que ya es mucho decir, sino para disparar otras posibilidades de vivenciar la clase de Historia.
Me gustaría que la lectura de estos artículos tuviera un efecto multiplicador en los docentes y sirviera para potenciarlos, junto con los jóvenes, como constructores de la memoria colectiva. Por esto y por muchas cosas más, muchas gracias a todas estas mujeres que tuvieron la fuerza para emprender esta tarea.

2014
Creo que este artículo, escrito hace más de 10 años, aún mantiene su vigencia por eso quiero compartirlo con nuevos lectores.
Desde su escritura hasta el día de hoy, en Uruguay hemos avanzado mucho en el trabajo de rescate de la memoria de la dictadura, a nivel de las marcas de memoria que tímidamente se van instalando en la ciudad, las placas conmemorativas y los homenajes que se van instalando en los centros educativos y la incorporación, ya sin discusiones, de los temas vinculados al terrorismo de Estado en los programas de enseñanza media.
Eso es el resultado de muchos años de trabajo, de discusiones, de enfrentamientos, de luchas defendiendo la importancia de revivir ese pasado, de mantenerlo presente sin ánimos revanchistas sino con el cometido de dejar constancia de lo sucedido y de contribuir, tímidamente en la construcción del Nunca más. Es parte de la tarea que debe cumplir la enseñanza de la Historia: brindarle herramientas a los jóvenes para cargar de sentido el pasado y poder edificar un presente más democrático, más libre, más solidario. Para ello, es necesario el conocimiento del pasado y la voz de sus protagonistas es fundamental si se utiliza como herramienta para complementar el conocimiento histórico, producto de la investigación. Sabiendo que el testimonio nunca es objetivo, nunca es aséptico, porque es producto de la subjetividad, del recuerdo, de la vivencia, pero es una herramienta fundamental que ayuda a confrontar la investigación, a profundizarla. Bien utilizado en una clase, es un excelente mecanismo para ayudar a que los estudiantes puedan vivir la Historia.

Ema Zaffaroni
uruguaya nacida en 1959, profesora de Historia en Secundaria y en la Universidad de la Repùblica. Maestría en Didáctica de la Historia otorgado por la Dirección de Formación. Historiadora, autora de varias publicaciones acerca de el mètodo y la didactica para enseñar la historia y la educaciòn a los derechos primarios. Actualmente es Consejera del CES (Consejo de Educaciòn Secundaria)


Este artículo fue publicado en diciembre de 2003 en la revista Educación y Derechos Humanos nº 45 de Serpaj en Montevideo, Uruguay.
Serpaj es el Servicio de Paz y Justicia
Fenapes es la Federación Nacional de Profesores de Educación Secundaria

2 Testimonio: Sobrevivencias de Silvia Fiori en Memoria para armar-dos

3 Testimonio: Mi exilio de María Zubieta en Memorias para armar-dos

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