Malvinas/Falklands: la guerra que no vi

de Toni Capuozzo

toni capuozzoFue una guerra que no vi. Como todos los otros periodistas no podía moverme más allá de la circunvalación del gran Buenos Aires y así, del conflicto que opuso Argentina a Gran Bretaña sobre las Falkland/Malvinas, conté aquello que se podía saber y ver viviendo en una capital en guerra, pero sin un disparo, sin nada del horror que rodea cada guerra. En un cierto sentido, hasta era peor, porque las noticias eran aquellas que provenían de una prensa y de una televisión controladas por el régimen, pero las ilusiones colectivas y las amarguras individuales que acompañan cada conflicto eran algo que respirabas en cada momento, en aquella ciudad que sabía a retórica y a orgullo, y después, lentamente, a derrota y a orgullo herido.
No estábamos tan controlados, como periodistas, una vez registrados al Ministerio del trabajo y seguridad social y nos hubieran otorgado una credencial. Quizás controlaban las llamadas telefónicas nocturnas, en las cuales dictábamos, al dimafonista de turno, correspondencias (no había ni internet ni celulares en aquellos tiempos) que no podían tener ningún secreto por revelar. Éramos libres de caminar, de hablar con intelectuales o con jóvenes, con obreros o amas de casa, y eran encuentros siempre mucho más interesantes que los boletines oficiales y que las raras conferencias de prensa.
No sucedía nada, ni siquiera si se iba a la tozuda y reducida manifestación de las madres de los desaparecidos, silenciosas y valientes, en los jardines delante de la Casa Rosada. Había siempre un automovilista que gritaba algo desde la ventanilla de un auto que pasaba y, en general, era claro también para quienes no hablaran español: “vendepatrias!”.
Pasé mucho tiempo haciendo cosas insignificantes: los dibujos de los niños en las escuelas, un concierto de Astor Piazzola, paseos. Me servían para contar los humores declarados y aquellos subterráneos de una ciudad que se dejaba engañar porque no tenía otra opción, y porque en el fondo, no era difícil convencerse que las Malvinas no podían no ser argentinas.
Que todo ésto servía a otra cosa, alguien lo sospechaba y alguno lo decía con claridad, pero era siempre difícil ir contra la corriente cuando ya todo el mundo entero se te venía en contra con una flota y parecía que eras vos el que traicionaba a los tuyos.
Por lo tanto, tengo un recuerdo triste de aquellas semanas, en las cuales engañaba el tiempo con un engaño colectivo. No había funerales en la ciudad y, ni siquiera esperando horas afuera de los hospitales, podías encontrar algún herido: estudiaba, cada día, los anuncios fúnebres en los periódicos. Los únicos heridos que vi fueron aquellos ingleses, cuando volé a Montevideo donde estaba llegando una nave hospital británica. Aquellos que estaban conscientes y se levantaban sobre los codos, distendidos en las camillas que bajaban de la nave, hacían el signo de la victoria con los dedos y tenían, todos, tatuajes en los brazos. Se entendía que la Argentina habría perdido, se sabía que habría perdido con honor y, se esperaba, que la inevitable derrota fuese el inicio del final de la dictadura que la había conducido hasta allí.
Aquel ha sido, entre los conflictos que he probado contar, quizás el único combatido entre dos ejércitos tradicionales y sin hacer participar a las ciudades o civiles, excepto aquellos que vivían en las islas. Pero no conservo el recuerdo de una tragedia o del furor o de la desesperación: solo la melancolía de un coro griego engañado y, en los casos más vehementes, consciente de ser engañado.
Es así que mis recuerdos son irrelevantes y casi fútiles: la visita al retiro de la selección argentina, en vista del Mundial que después habría ganado Italia y un muchachito con rulos, que hacía jueguitos con una pelota maravillosamente y que se llamaba Maradona. La historia de Gardel, el mito de Evita, los bombos de los descamisados. La soledad de ciertos escritores, incluso aquel Jorge Luis Borges que traté de molestar porque, para él, grande afiliado de la literatura anglosajona y descendiente de un héroe de la independencia, aquella era como una guerra entre padre y madre. Me respondió con una sabiduría distante e irónica, detrás de una ceguera de solitaria predicción futurista. Me acuerdo de los conciertos del Colón, del rock del barrio de San Telmo y de los asados en las obras ediles, que esparcían su perfume por las calles grises y lluviosas.
Me enamoré de Buenos Aires como uno se enamora de una mujer enferma. Una sensación de aquel tiempo todavía me molesta y me impide ir y releer mis correspondencias de entonces: la extraña impotencia que provenía del hecho que uno podía escribir sobre los desaparecidos y sobre tantas tragedias – había conocido, en Europa y en América Latina, tantos exiliados argentinos – y ninguno dijera nada, como si fueran demasiado fuertes y seguros de si mismos como para preocuparse de pobres crónicas, o estuvieran ocupados en algo más importante, o bien ya no se cuidaban más de nada, en una carrera hacia la nada.
Pero la cosa que recuerdo mejor, no la escribí yo, la encontré en un periódico local y la copié diligentemente, fascinado: la historia, algún año antes de la guerra, de una pareja canadiense, con dos hijos, amantes de la naturaleza y obsesionada con la contaminación y con el riesgo de un conflicto nuclear, que quiere cambiar de vida. Busca un lugar lejano de todo, con una cuadrícula con pocas preferencias: que se hable inglés y que se puedan criar animales. El dedo cayó sobre el atlas, sobre un pequeño puntito en el Atlántico más frío. Las Falklands o bien Malvinas.

de Toni Capuozzo.
Nace en Palmanova, de padre napolitano y madre triestina. Consigue el diploma clásico en el Liceo Paolo Diacono de Cividale; licenciado en sociología en la Universidad de Trento. Inicia su actividad como periodista en el 1979, trabajando en “Lotta Continua”, por la cual sigue América Latina y, se vuelve periodista profesional en el 1983. Después del cierre de “Lotta Continua”escribe para el cotidiano Reporter y para los periódicos “Panorama Mese” y “Epoca”. Durante la Guerra de las Malvinas (1982) obtiene una entrevista exclusiva al gran escritor Jorge Luis Borges. Sucesivamente, se ocupa de mafia para el programa “Mixer “de Giovanni Minoli. Ha sido el enviado para la transmisión “L’istruttoria”. Después, colabora con algunos de los principales cotidianos del grupo editorial Mediaset (TG4, TG5, Studio Aperto), siguiendo en particular las guerras en la ex Yugoslavia, los conflictos en Somalía, en Medio Oriente y en Afghanistan.Vicedirector del TG5 hasta el 2013, desde el 2001 dirige y conduce “Terra!”,programa semanal del TG5 por diez años y después, en el aire, por Retequattro, bajo la dirección de Videonews.
Conduce en Tgcom24 la sección “Mezzi Toni”. Vencedor de numerosos premios periodísticos y autor de varias publicaciones. Actualmente es un periodista free lance.

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