Abuelas de plaza de mayo. Derecho a la identidad: restitucion, apropiacion, filiación

de Alicia Lo Giúdice

Nuestra práctica psicoanalítica en el “Centro de Atención por el Derecho a la Identidad de Abuelas de Plaza de Mayo”

“La verdad alumbra lo que perdura”
Victoria Montenegro. 23.5.12

En el mes de diciembre de este año se van a cumplir los 31 años del retorno de la democracia en Argentina después de la más cruenta dictadura cívico-militar, que vivimos entre los años 1976 y 1983, que instaló el Terrorismo de Estado como mecanismo generalizado y sistemático de represión de la sociedad, en el que estaban involucrados todos los sectores del poder. Persecución, asesinato y desaparición de personas, apropiación de niños, censura y desarticulación de los lazos sociales, fueron algunos de los métodos utilizados.

El accionar de la dictadura puso en marcha una maquinaria perversa que produjo una catástrofe social que como genocidio que afectó a toda la comunidad convirtiéndose en un trauma histórico. Se trató de una manipulación de cuerpos y discursos como modo de destrucción de lo subjetivo que induce a la sumisión y provocó una fractura de historia y de memoria, que fue obstaculizado por el accionar de los organismos de Derechos Humanos.

Entre estos organismos surge Abuelas de Plaza de Mayo, en el año 1977, que logró localizar y restituir su identidad a 115 nietos y que continúa la búsqueda de alrededor de 400 nietos secuestrados con sus padres o nacidos en cautiverio que fueron apropiados.
Dicha práctica formó parte del plan sistemático del Terrorismo de Estado pues ellos no fueron abandonados y aun hoy, en democracia, siguen viviendo bajo una lógica concentracionaria, como caracterizamos la convivencia con los apropiadores y en condición de “desaparecidos”, a los que se les siguen sometiendo a permanecer en ignorancia de su situación.

La impunidad confiere poder, pero sus Abuelas resistieron el poder totalitario buscando a su descendencia, a dos generaciones, sus hijos y sus nietos, completando las tres generaciones necesarias para que una transmisión se cumpla. El terror no las paralizó e hicieron público lo que se pretendía privado y oculto.

Se trató de una política de exterminio de una genealogía, de un sistema de parentesco para introducirlos violentamente en otro que reniega del acto que están cometiendo, imponiendo otro modo de filiación como modo de optimizar el encierro. Renegación de un origen y de un acto, que por su persistencia en lo social es renegación de renegación.

Los niños fueron entregados para su crianza a personas pertenecientes a las fuerzas armadas, a colaboradores y a cómplices y al ser separados violentamente de sus padres fueron despojados de su familia, de su historia, de su cuerpo y de su nombre, y viviendo un estado de excepción en la ilegalidad sin saberlo pues su situación está falsificada, así como su documentación, filiación e identidad. Así la convivencia con los apropiadores queda ordenada por una lógica concentracionaria y su estado de excepción se constituye como norma de vida. Por lo tanto el daño subjetivo tiene una dimensión muy particular porque es un crimen de lesa humanidad en el marco de una práctica genocida.

El psicoanálisis vincula la familia a la lengua, en tanto que la lengua que cada uno habla es cosa de familia, reservorio de los significantes con los que cada quien inscribe su deseo. Lalengua nombra eso que nos vino de afuera y nos da vida. Lengua viva que anima y se anima en cuerpos vivos y hace posible una transmisión y es primordialmente el lugar donde se aprende la lengua materna. La designamos de acuerdo con Freud, como la “otra escena” que el lenguaje ocupa por su estructura elemental que se resume en la de parentesco.

Si lalengua crea el parentesco, ser secuestrado y apropiado, es ser despojado del contexto familiar donde el pequeño sujeto se prende a sus marcas singulares. Es ahí donde se abre el espacio concentracionario, dado que obligados a tomar lalengua de quienes ejercieron las funciones materna y paterna, desde una particular perversión con usurpación y banalización del amor, se vieron sometidos al estrago que produce una filiación falsificada, sostenida por una mentira acerca de su origen, en donde se niega la práctica del secuestro y apropiación, que incluyó una filiación basada en el asesinato de los padres. Ocultamiento doble ya que se negó también la búsqueda de la familia.

Como practicantes del psicoanálisis nos interrogamos por la época en que nos toca vivir, y que constituye las condiciones en las que ejercemos nuestra práctica. Nos preguntamos, ante situaciones extremas cómo transmitir lo vivo de una experiencia que es la de cada uno y de la comunidad, qué lazo social es posible, cómo se construye la memoria en situaciones límites, qué es lo que se puede transmitir, ya que es el lenguaje el que tiene un límite para decir y para situar lo inenarrable.

Para el psicoanálisis la memoria no es un saber añadido, meramente exterior, es el espacio mismo de la subjetividad. Se trata de algo vivo, que abre la dimensión del saber a esas huellas que quedaron inscriptas como determinación del sujeto, es una “verdad histórica” que ni un sujeto ni una comunidad pueden olvidar.

Memoria que no es añoranza, es resorte de vida y es la experiencia misma de la subjetividad. El trabajo del análisis con los síntomas, con lo que no anda, retorno de lo excluido y de lo olvidado, es un modo de hacer la experiencia de la época, de un momento histórico, y de tomar responsabilidad. El síntoma porta una memoria de lo vivido que resiste al discurso, una memoria y sin memoria no hay futuro, pero es una memoria a construir, siempre en fuga.
Se trata de la inscripción de las huellas, de las marcas, de los encuentros del sujeto humano, del ser hablante con lo viviente, con el Otro. Así el sujeto es respuesta a esos encuentros que constituyen una vida no programada sino inscripta como memoria pulsional de la contingencia con esos primeros encuentros.

El archivo, como lugar de inscripción, para el psicoanálisis es el inconsciente, y no hay acceso a él sin que el sujeto decida saber, sin su decisión ética. Es una memoria pulsión, una inscripción que salvaguarda el trabajo de memorización, de elaboración inconsciente, condición de vivir, del por-venir.

Con la restitución de identidad se tratará de ubicar las marcas particulares de lo traumático y sus consecuencias en la subjetividad. Encontramos en cada uno el efecto de la traición vivida, aquellos que creía que eran sus padres y su familia no lo eran y pudieron hacerlo amparados en el Terrorismo de Estado, así se pierde la garantía en la palabra del otro al que se suponía protector y que portaba los valores familiares.

Se produce una alteración del tiempo porque lo organizado hasta ahora se trastoca y los saberes disponibles se vuelven inoperantes. Se abre un nuevo espacio para ubicar qué es familia, qué son las funciones maternas y paternas pues las que vivieron fueron realizadas en la impunidad y las mismas se ejercieron desde una particular perversión, dado que el vínculo que crearon con los apropiadores se basó en el ocultamiento del delito cometido que incluye una mentira acerca de su origen y de su historia, del asesinato de los padres y de la búsqueda de la familia.

Esto genera un trabajo psíquico suplementario para aceptar lo vivido y que nacieron y vivieron en una situación traumática desconocida, renegada e iniciar un trabajo de duelo tanto por la situación vivida e ignorada como por la situación de sus padres “desaparecidos”.

El discurso canalla no se hace responsable de lo sucedido, callan y suelen dar vuelta la situación y hacer que la responsabilidad recaiga en otro lado, en muchos casos en los nietos que se animan a averiguar su origen y así develar el delito a que fueron expuestos. Poder localizar lo vivido y a que situación se vieron sometidos les abre un camino para reubicar responsabilidades y desarmar el discurso único de los apropiadores y del supuesto amor.

La conexión con la familia les abre un espacio a las preguntas sobre sus padres, sobre las expectativas que había en torno a su nacimiento que le permiten armar una versión acerca de los padres y de sí mismo y del deseo que estuve en su origen, esto da lugar a la construcción de un relato en donde pueden hacerse hijos de esos padres “desaparecidos” y nietos de los abuelos y familiar de otros familiares que no abandonaron nunca su búsqueda y reconocerse en ese deseo para poder transmitirlo a la generación siguiente, sus hijos.

En mi práctica psicoanalista puedo comprobar como se anudan rápidamente a la historia familiar y al deseo familiar, en muchos casos reconociéndose rápidamente en el nombre dado por los padres. Se trata de un verdadero acto del sujeto que se reconoce en ese deseo que lo anticipó.

Los analistas que formamos parte del equipo psicoterapéutico de Abuelas pusimos en marcha un dispositivo analítico que, como política del psicoanálisis, desde su ética, permite volver posible la vida en oposición a la biopolítica reinante, esa forma que toma la política cuando en sus cálculos y mecanismos se incluye la vida humana, cuando el cuerpo viviente se convierte en el objetivo de la estrategia política. El deseo del analista sostiene el dispositivo para promover el deseo de “pura diferencia” respecto de lo vivido, de las identificaciones y del objeto plus de gozar que habitan al ser hablante. En dicho dispositivo se produce el inconsciente en acto y el analista por su posición en el discurso, introduce una hiancia el discurso común para dar lugar al discurso del inconsciente, que surge siempre en su dimensión de ruptura del sentido establecido

Para cada uno de los jóvenes que ha vivido dicha situación la experiencia analítica le permitirá abrirse a lo nuevo y así lograr otro espacio y tiempo para habitar, recordando que para habitar se necesita construir mundo. En dicho espacio se tratará de ubicar las marcas particulares de la catástrofe vivida, para que otra lengua sea posible, para recuperar lo más vivo de sí como modo de salida del discurso del Otro, que durante la apropiación lo petrificó y que da paso a un decir singular. Para llevar un “entre” a término se necesita decisión, dar lugar a ese tiempo propio que abre un camino nuevo para salir de lo siniestro silenciado, de la palabra retenida.

Restituirse, para cada uno de los nietos habiendo recuperado sus derechos en el plano jurídico, será un trabajo de subjetivación que podrán realizar en el espacio analítico, como sitio de lo posible para que surja el sujeto del inconsciente, en donde podrá cernir las marcas singulares del estrago. En dicho espacio se trata de la búsqueda del sujeto que transporta una verdad, un saber no sabido, pero vivido. Saberse deseado, buscado y encontrado o que él mismo tomó el camino del encuentro hace que los vínculos construidos durante la apropiación se vayan deconstruyendo.

El trauma produce estrago y no se pueden borrar lo vivido, pero se puede abrir un espacio en donde lo no sabido vivido pueda historizarse y la relación entre la memoria y el olvido pueda ser subjetivada en un discurso.

Para concluir comparto un escrito de Victoria Montenegro quien fuera secuestrada junto a sus padres y apropiada por una persona perteneciente a las fuerzas armadas y que recuperó su identidad, por el trabajo de Abuelas, en el año 2000. Dicho texto lo escribe al recuperar los restos de su padre, el 23 de mayo de 2012, al que tituló “La verdad alumbra lo que perdura”

“En primer lugar quiero agradecerles a todas y todos por acompañarnos en un día muy importante para los que buscamos la Memoria, la Verdad y la Justicia.
Queremos compartir con ustedes, y con todos los argentinos y argentinas, que gracias al trabajo inclaudicable del Equipo Argentino de Antropología Forense (EAAF) hemos recuperado los restos de mi papá, Roque “Toti” Orlando Montenegro, que al momento de su desaparición tenía tan solo 20 años.

El 5 de julio de 2000 fui restituida por la búsqueda de Abuelas. Me costó varios años asumir mi identidad y tratar de acomodar mi historia.
Mi apropiador me había dicho, en relación a mis padres, que habían sido “abatidos” en un enfrentamiento que tuvo lugar en William Morris el 13 de febrero de 1976.
Sin embargo, la única verdad es la que aportó la investigación realizada por el EAAF que confirmó que estuvieron secuestrados durante varios meses y que mi papá fue víctima de los vuelos de la muerte. En otras palabras, el operativo que nos secuestró fue anterior al 24 de marzo, confirmando que hubo un plan sistemático anterior al golpe de Estado.
En lo personal siento que no existe una palabra para definir tantos sentimientos encontrados. Por un lado, el dolor de conocer el destino final de mi papá y saber que tuvo que pasar por situaciones que creía ajenas a él. Y por otro, tener este sentimiento de paz que únicamente da la verdad.
Y hay una idea que siempre está presente: la de milagro. Quizás sea un milagro esto que se da en la búsqueda de las Abuelas. Fueron ellas las que con una muestra de sangre de mi familia lograron encontrarme a 2.000 kilómetros de mi verdadero hogar.
Y también es un milagro que el EAAF, con una gota de mi sangre, haya logrado identificar los restos de mi papá que estaban en Uruguay desde mayo del ´76.
Por todo esto pienso que antes que el espanto de lo que nos pasó, está la fuerza del milagro. Y todo cobra otro sentido.
Porque la lucha de las Abuelas y de los organismos; el trabajo del EAAF y el compromiso de tantas personas anónimas, permitieron devolverle la dignidad a mi papá, y que dejara de ser un NN en una tumba en las costas de Uruguay.
Porque 36 años atrás mi papá tenía solamente 20 años y fue un Estado genocida el que lo tiró al mar desde un avión. Y pienso en que mi hijo mayor tiene la misma edad que su abuelo, y estoy agradecida de que sea el mismo Estado argentino, pero esta vez conducido por personas comprometidas, el que tiene como uno de sus pilares la defensa y promoción irrestricta de los derechos humanos, el que permite que mis hijos, los nietos de Toti, puedan levantar con libertad la bandera de la militancia. Más aún, mientras algunos siguen insistiendo con el olvido o con que están “hartos de la dictadura”, nosotros nos hacemos cargo de la historia, por muy dolorosa que sea, y al desenterrar a nuestros seres queridos les devolvemos la dignidad.
Porque quiero trasmitir a aquellos que aun no dieron sangre para identificar a sus familiares, toda la paz que da saber la verdad y poder decidir el destino de los restos de nuestros seres queridos.
Porque nos hace mejores, como argentinos, cada vez que podemos identificarlos y cantar con más fuerza “no nos han vencido”.
Mi papá es uno de los “cuerpos” que denuncia Rodolfo Walsh en su Carta Abierta a la Junta Militar y es la prueba cabal en sí mismo del macabro accionar de la última dictadura cívico-militar. Pero por sobre todas las cosas es mi papá. Es el abuelo de mis hijos. Es el hermano de mis tíos. Es al que hace un tiempo atrás empecé a extrañar y es quien de alguna forma, junto al acompañamiento de mi familia, me ayudó y me ayuda a acomodar la verdad, que es la que “alumbra lo que perdura”, lo que seguiremos construyendo.
Muchas gracias a todos por todo”.

Hay historias que necesariamente tienen un nuevo comienzo, este comienzo es promesa, y es el mensaje que el fin puede producir. El comienzo es una posibilidad y una decisión del hombre, y políticamente equivale a la libertad humana. Este comienzo está garantizado por cada nuevo alumbramiento. Si “la verdad alumbra lo que perdura” como dice Victoria, también posibilidad otro espacio para la vida.

de Alicia Lo Giúdice
Licenciada en Psicología, orientación clínica, Universidad de Buenos Aires.Psicoanalista
Profesora Adjunta Regular en Clínica de Niños y Adolescentes. Facultad de Psicología. Universidad de Buenos Aires. Dicta cursos en el posgrado y extensión en la Facultad de Psicología, Universidad de Buenos Aires.
Autora de diferentes textos en relación al Derecho a la Identidad y al trabajo en Abuelas de Plaza de Mayo. Directora del “Centro de Atención por el Derecho a la Identidad de Abuelas de Plaza de Mayo” y responsable del área psicoterapéutica de la Asociación.

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